Tributo a Luis Miguel 23/02/24

Pável Granados | Tlaqná
Suave / Inolvidable / Por Debajo de la Mesa / O tú o Ninguna / La Incondicional / Mi Mariachi / Besame Mucho / Hasta Que Me Olvides / Amor, Amor / Amarte Es Un Placer / Culpable O No / Entrégate / Huapango
Tributo a Luis Miguel en Xalapa Qué difícil es desarrollar el personaje de Luis Miguel (San Juan, Puerto Rico, 1970)... Primero fue la revelación de un niño prodigio, dueño de una voz tan potente como bella, y después, el lanzamiento de sus primeros éxitos, todavía en la infancia, para luego recorrer los años 80 y el inicio de los 90 con una discografía siempre prometedora de algo más. Nadie esperaba que su voz se iría dejando esas explosiones de la música pop, de los covers del rhythm and blues y del repertorio siempre interpretado en la playa y entre la cercanía de cuerpos encendidos por el erotismo, para irse concentrando en canciones íntimas pero de gran potencia, baladas que se incendian gracias a los arreglos de orquestas casi sinfónicas, casi emanaciones de los mejores estudios de grabación. Pero en los años 90, sus cuatro discos de Romances (1991, 1994, 1997 y 2001) cambiarían lo que hasta entonces venía significando el bolero y, en general, la canción romántica de México e Iberoamérica: un género en retirada, una ilustración de que su melosidad y sus ritmos insistentes estaban quedando atrás, suplidos por los ritmos que la televisión pudiera ofrecer. De pronto, el bolero volvió a despertarse y convirtió a Luis Miguel en un intérprete que iba a devolverle a ese género de los años 40 un erotismo y una sensualidad que no se había sabido ver en los 90. Han pasado cosas después, naturalmente: la construcción colectiva de un mito, la curiosidad desmedida en la biografía de Luismi, la expectativa sobre su vida personal y la resignada espera a que la voz de ese Sol no se consuma antes de que pueda dar una nueva vuelta a la Tierra (en esta mitología, el Sol le da la vuelta a la Tierra numerosas veces). La carrera de Luis Miguel comenzó en tiempos en que la televisión comercial determinaba las carreras de los ídolos de la música. Tiempos en que el buen gusto intelectual consistía en negar el conocimiento de la telenovela de moda (pero en secreto nadie se perdía ningún capítulo); había que odiar lo más bajo de la basura televisiva que se concentraba en Siempre en domingo, con Raúl Velasco. Aunque los más visionarios sabían que todo eso se iría a convertir en materia de la nostalgia y de la academia, que todo lo recicla, todo lo adora y a todo le encuentra justificación. Una sinfónica interpretando a Luis Miguel hubiera sido blanco de la burla de una sección cultural. Pero la reinterpretación de la cultura popular –es decir, de la cultura impuesta por los medios de comunicación– ha cambiado los valores para relacionar música con cultura. Es cierto que ya entonces Juan Gabriel había realizado su concierto en Bellas Artes, con lo que los muros que dividían la cultura popular y la alta cultura se debilitaban. (A lo lejos, el mundo intelectual miraba desaprobando). Hoy, el intelectual y el artista que reivindica la separación de ambos mundos es la excepción. Ante todo, la interpretación de lo que significa Luis Miguel puede depender de sus atributos vocales: timbre, voz, potencia… pero la máxima de sus posesiones es el estilo. Lo he escuchado muchas veces queriendo descifrar qué significa esa voz, por qué queda como un símbolo de los años 80 y 90, es decir, el fin de siglo y el nuevo milenio que se unían teniendo la música pop como lengua común. En primer lugar, su voz, siendo extraordinaria, no provenía del mundo de los tenores ni de los baladistas con voz de concurso, como un Jorge Negrete, ni tampoco como un José José o un Carlos Lico; por el contrario, era una forma en que su estilo juvenil combinaba su educación en la música mexicana con el pop. Pop, palabra que podría tener mil significados pero que encierra un secreto para iniciados: esa manera de concebir el medio del espectáculo como una religión. En la cultura pop no sólo cuenta la música sino también la cercanía con el ídolo, pues tenerla contagia con su misticismo a los fans; de ahí que la cercanía con los artistas, los conciertos en vivo, el coleccionismo, sean inherentes. Es también una industria; una forma de música que vive en los conciertos, pero más concretamente en los discos. Eso se debe a que la discografía es la forma más acabada de un repertorio, su consumación, porque es el resultado de meses de trabajo, y Luis Miguel proviene de esa educación en la música pop de Inglaterra y los Estados Unidos. Sus directores musicales lo llevan por ese camino, pero pronto lo desborda. Me llama la atención que existe un cantante que ha regido buena parte de la historia la música en español: Frank Sinatra. Pedro Infante lo imitó en la película A toda máquina (1951), lo admiraron los crooners mexicanos, pero fue Javier Solís el primero en tomarse una foto con él; más adelante, José José fue otro de sus grandes admiradores y Sinatra llegó a conocer la voz del Príncipe de la Canción. Pero Luis Miguel después grabó un dueto con él en su último disco, Duets II (1994): la canción “Come Fly with Me”, que Luismi aprovecha en muchos de sus conciertos para continuar el homenaje a Sinatra. No sé si sea precisamente un crooner, es decir, una voz murmurante, a media voz; por el contrario, este estilo puede ser un punto de partida. Pero, además, Luis Miguel tiene una relación de erotismo con los fonemas: saborea las emes, sopla las eses, besa las bes… y los va entregando con intensidad al micrófono. Veamos el repertorio de esta noche. Dos figuras fueron centrales en la carrera de Luis Miguel: Juan Carlos Calderón y Armando Manzanero. Es indiscutible que a los dos les tuvo confianza en términos musicales. Sin embargo, como ambos decían, no es un artista que se deje manejar: siempre su actitud, sus resoluciones sobre el repertorio eran una respuesta ante los consejos de ambos músicos. Calderón intentaba guiarlo por las decisiones del repertorio y le daba consejos para cantar. “Sólo que un gran cantante sólo tiene una manera de cantar”, decía el compositor. Como Luis Miguel ha preferido siempre el acompañamiento en vivo de orquestas, quizá las mejores interpretaciones sean algunas de las seleccionadas: La incondicional, Culpable o no (Miénteme como siempre) (1988), Entrégate (1990), O tú o ninguna y Amarte es un placer (1999). Por su parte, Manzanero hizo arreglos especiales y quizá fue el que guió a Luis Miguel por uno de sus caminos más importantes: parece que, en el programa Aquí está (1989), de Verónica Castro, cantaron juntos por primera vez. Quizá ahí nació la idea de los discos de Romances. Aunque hay que decir que estos discos son algo diferente a la recuperación del bolero. No es sólo eso: por un lado, Luis Miguel cantó viejos boleros en forma de balada o con arreglos de música pop. De algún modo, lo que hizo fue poner a dialogar el bolero con la música contemporánea causando también cierta indefinición en este género musical, cierta confusión con la balada. Incluso este fenómeno se dio con el tango, pues su versión de El día que me quieras es mucho más cercana a una balada. Aunque benefició a todo un repertorio, quizá agudizó el problema de la confusión de los boleros con las baladas. Pero ¿qué son estos géneros? El bolero sería un género que a la larga resulta del encuentro de dos maneras de interpretación: la cubana y la mexicana. Y la balada, una forma en que la influencia de la música estadounidense se convierte en un género teatral, representación de una historia de amor, más centrada en la melodía que en el ritmo. De Manzanero se eligieron para esta ocasión tres baladas: No sé tú (1986), Por debajo de la mesa (1997) y Un te amo (2003). ¿Qué es ahora el fenómeno Luis Miguel? Hace años fui a uno de sus conciertos. No era lo que antiguamente escribió Carlos Monsiváis, no era el éxtasis de los años 80. Era otro tipo de público, no mayoritariamente de mujeres. Ya no era el asombro ante el descubrimiento sino la comprobación generacional de que se había tenido razón: ya nos encontrábamos ante un clásico. Pero Luis Miguel se divertía como un Jehová abriendo y cerrando el mar de las ovaciones. Me llama la atención un exabrupto en la prosa de Monsiváis: “Luis Miguel sonríe con amplitud, tal vez para que el universo tenga dueño”. Vino el dueto con Sinatra, luego vinieron los boleros. Qué fascinación ejercía Luis Miguel, el público se desmayaba ante su imagen. Hasta él cayó en la tentación: se miró de pronto en una pantalla, se acercó y cayó en una de ellas. Sólo quedó una flor en el escenario, y todos los que estábamos en el público tuvimos que irnos a nuestras casas. Necesariamente, su repertorio es finito, aunque nos lo sepamos todo. Hay quien dice que han pasado sus mejores éxitos, sus discos más vendidos, sus grandes conciertos, pero yo no concibo esa razón…